Razones para escribir

Mi voz es una de tantas y es todas a la vez. No soy tan solo un hombre, al fin y al cabo corren por mis venas los genes del primer hombre y de la primera mujer. No son mis ideas, son las ideas de la humanidad.

Por esas cosas de la vida uno termina donde termina y las cosas sólo pueden pasar en el momento exacto en el que deben ocurrir. Como hojas muertas llevadas por la corriente o como la corriente misma que fue rocío en un páramo y luego es un río que busca por cualquier camino llegar al mar. Con ese orden de ideas terminé escribiendo, por encima de otras cosas como ser médico, ingeniero o historiador. Irónicamente, a través de la palabra he sido eso y mucho más.

1

A los cuatro años me escapé del salón de clases, encontré en el corredor a un niño que estaba sentado en el piso con la espalda apoyada contra la pared. Digamos que se llamaba Pablo, por ponerle cualquier nombre. Pablo me enseñó a sentarme como él: apoyando la espalda, abrazando las rodillas con ambos brazos y metiendo la cabeza entre las piernas con la frente recostada en los antebrazos. «Así es que uno está triste y llora», dijo. 

Es de los pocos recuerdos que tengo de ese tiempo. Desde que conocí a Pablo y hasta hoy, van 32 años de tristeza.

2

Se ha enterado de que en Mercadefam es fácil robar, se lo han contado sus primos mayores. Al niño se le hace fácil darse una pasada por el supermercado y robarse los premios que vienen pegados a los paquetes de Chitos y Boliquesos. Desprende uno, dos, el tercero es de los que traen un holograma. Piensa entonces en los “puntos” que su hazaña le dará en el colegio y ante sus primos que le tomarán por un “tipo rudo”. La adrenalina a tope, una sensación en el estómago parecida a la que describen los enamorados, la vejez le enseñará que es una de las tantas manifestaciones del miedo.

No contento con el primer recorrido, como si fuera Misión del deber, el niño hace un segundo tour por los paquetes de papas y desprende cinco, siete premios más. Cada vez pone la vara más alta. Le respetarán, ¡mierda! Es posible que los minidelincuentes con los que se la pasan sus primos mayores le nombren jefe. Se acerca a la puerta y cuando está dos pasos afuera respira hondo con una sonrisa de oreja a oreja. «Venga le pregunto una cosa, pelado», le dice un guardia de seguridad mientras lo toma por el hombro. La vejez le enseñará que hay formas más divertidas y sanas de sentir las piernas tan flojas como se le ponen en ese momento. Pero no ahí, ahí de nuevo es miedo.

3

Un estudio pagado por el Ministerio de Transporte a la Universidad Nacional de Colombia demostró que el 87% de los conductores no sabe si realmente viene o no un vehículo del otro lado cuando adelanta en carretera. De ese grupo, el 90,7% son hombres y el 9,3% son mujeres, dejando en claro que a la hora de conducir en carretera las mujeres son mucho más cuidadosas que los hombres. Sin embargo, hay que destacar que en los accidentes automovilísticos registrados entre 2002 y 2010 en el país, una mujer iba al volante en el 34% de los casos. 

Aunque todos los datos sean falsos, el primero lo pone a uno a pensar y explica porque a mi papá no le gusta soltar el timón a cualquiera. Si tenemos en cuenta que todos los adelantos son medio suicidas y el 70% de los viajes por carretera que hace una persona va de pasajero… Bueno, esa cifra también es falsa, pero el punto queda ilustrado, espero.

4

«¿Qué tan grave es?»

«Depende.»

«¿De qué?»

«De si le gustan las mentiras…»

5

Cuando cumplí 30 años decidí subir una montaña a buscar una laguna. Como buen citadino eché a andar a lo loco en una parte nudosa de la cordillera oriental en algún lugar de Cundinamarca. ¿El camino es bonito? Por supuesto, la vegetación es una locura, Colombia en eso es un sitio muy lindo. No había otro humano cerca, o por lo menos no hasta donde podían ver mis ojos.

Otro de los grandes problemas de este país es que los ratones de ciudad no tienen ni idea de lo que es el campo. El campo de verdad, el monte, no una finca con piscina, cerveza y marihuana, no, no, el monte, sin electricidad, sin celular, a merced de la naturaleza como en esa película de Kurosawa. Y el país es campeón en bichos de todos los tamaños, mosquitos con malaria o leishmaniasis, sapos venenosos, felinos salvajes, hasta el oso de anteojos (casi extinto) puede matarte si se siente valiente… Y la vegetación… En esas montañas donde sólo han puesto las botas guerrilla y ejército, los arbustos tienen espinas, los árboles crecen pegados, el pasto alcanza dos metros de altura y las arañas tejedoras se adueñan de hectáreas completas.

Y bueno, que sólo hayan puesto las botas los peones de la guerra lo pone a uno a pensar en si al siguiente paso una explosión lo deja a uno (o medio) tendido para siempre, listo para ser comida de harpías y cóndores. Después de cinco horas llegué a la laguna y en el centro había una piedra que sobresalía del agua. En el pueblo me habían advertido que en esa laguna se había ahogado un cura nadando hasta la piedra. Me senté sobre la tierra a descansar.

Cuando abrí los ojos, tres cosas me hicieron devolverme con apuro: las nubes negras que presagiaban una tormenta; la posibilidad de que se hiciera de noche a mitad de camino y el frío y el agua me provocaran una neumonía; y una mujer de pelo negro, vestida de blanco que, sentada sobre la piedra en mitad del lago, me veía dormir.

6

En Jyväskylä, una ciudad pequeña del centro de Finlandia, los lagos se congelan en invierno. Cuando el hielo alcanza un metro de espesor y la temperatura está por debajo de los veinte grados Celsius, es posible conducir sobre el hielo en un automóvil. Anne-Marie está contenta porque ha cumplido 18 años, puede tomar vodka (legalmente) y conducir un automóvil, aunque sea ilegal hacer las dos cosas al mismo tiempo.

Mikko, su novio, fuma hachís y toma Lapin Kulta mientras escucha una canción de Falco a tope en la radio. Anne-Marie acelera sobre el hielo. Atrás estamos Hanna, Jyrki y yo, “Pedro”, como me han bautizado esos pequeños racistas. Todos tomamos cervezas que amablemente compró para nosotros Anne-Marie. Mi mente viaja (quizás por el humo del cigarro de Mikko) del primer plano de los ojos azules de Hanna a un plano general en el que veo el Volvo amarillo como un rayo sobre el hielo. El lago está rodeado de abedules y el cielo está despejado, es un hermoso día de invierno.

Somos jóvenes, hermosos y estúpidos. Pienso en la llamada telefónica que recibirán mis padres en su pueblo, les informarán que su hijo iba en un vehículo… accidente… desgracia. Esperaban que volviera del intercambio y fuera a la universidad y, quizás, que les hiciera abuelos un día. «Relax, Pedro. You have to chill!». Hanna está tan contenta que me da un beso en los labios como porque sí. El beso se prolonga mientras Anne-Marie hace derrapar el Volvo sobre el hielo. Hanna sabe a Navidad, su lengua puede quitarle el miedo a cualquiera. 

El auto se detiene, estoy contento y excitado, me sumerjo en los ojos azules de Hanna y en su beso una vez más, no se puede ser más feliz. Si Mikko le hubiese bajado el volumen a la radio, habríamos escuchado cómo se quebraba el hielo debajo de las llantas del Volvo.

7

Estoy en el Edificio S del ITESO en Guadalajara. «¿Por qué escribo?»… Lo pienso un instante. «Pues… Uno escribe porque necesita contar algo, bueno, malo, eso no lo sé. Uno escribe porque a veces siente que no tiene otra posibilidad distinta que contar historias. Y las historias están ahí, presionando todo el tiempo para que uno las escriba… A veces es casi una tortura». La respuesta no me gustó, nunca me gustan mis primeras respuestas, prefiero las segundas o terceras (l’esprit de l’escalier), pero a veces es mejor ir al lugar común y políticamente correcto que revelar demasiado.

Qué sé yo, la vida es una tempestad y uno está ahí, casi a la deriva. Unos se hunden, otros nadan, hay quienes saben navegar. Yo estoy a la deriva todo el tiempo, incluso cuando escribo. La ventaja de la escritura es que en medio de semejante tempestad, se presenta como el ataúd de Queequeg y eso ya es un alivio para cualquier tipo de ansiedad.

Compartir