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Hace unas semanas estrenaron la docuserie titulada “High Score”, producida por Netflix y creada por France Costrel. Un viaje a través del origen y desarrollo de los juegos de video de las últimas tres décadas del siglo XX.

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Mi relación con los videojuegos es profunda y sincera. No podría entender mi vida, ni la historia del mundo sin ellos. Así como hay personas que no pueden entender la vida sin el cine o la danza, redes sociales, Harry Potter o cualquier otra religión. Mi mundo carece de sentido sin los juegos de video. Fueron, sin duda, mi primer amor.

De modo que, docuseries como “High Score” son una patada voladora al hipotálamo, son el recuerdo de horas y días y meses pegado a una pantalla, son convalecencias de enfermedades como la Rubeola sentado frente a la pantalla jugando en el Super Nintendo a pesar de la fiebre. Deseo y frustración, estrategia y toma de decisiones, trabajo en equipo y hazañas individuales… la alegría máxima de las pruebas superadas.

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El ascenso y la caída de Atari, cómo Nintendo pasó de ser un fabricante de cartas a crear Super Mario Bros, o la competencia de Sega y la velocidad de 16-bits que hacían de jugar Sonic una experiencia de adrenalina a tope. Los ires y venires de la industria poniéndole cara a los seres humanos que estaban detrás de cada una de las aventuras escritas en la historia de los videojuegos. Recordar que detrás de cada historia siempre hay una mente creadora que insistió y perseveró  hasta lograr los productos finales que forjaron las mentes y vidas de millones de personas.

Además, la docuserie permite ver el lado que nunca conocimos en su momento, debido a nuestra posición geopolítica. En países como Colombia consumíamos todo decantado y con meses (a veces años) de diferencia. Eso hacía que los productos se canibalizaran unos a otros y que el Super Nintendo dejara obsoleto al Nintendo cuando apenas estabas pasando Ninja Gaiden 2.

En el segundo capítulo, descubrimos que la inequidad se refleja hasta en el mundo de los videojuegos. Mientras los niños de Boston podían llamar a una línea telefónica a que un “Game conselor” les informara cómo pasar el nivel de un videojuego, los niños de Bucaramanga debían gastar días tratando de adivinar la respuesta para derrotar al Acertijo en Las Aventuras de Batman & Robin (la respuesta era “H.B.”, que son las iniciales de Human Brain, porque además había que adivinar en un idioma primer mundista).

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Y eso me trae a la conclusión final: mientras veo la serie e intento entenderme y el amor inquebrantable por los juegos de video, aparece Gordon Bellamy, uno de los primeros desarrolladores de E. A. Sports (“it’s in the game”) que dice «Soy negro y soy gay» y con eso da en el clavo de lo más interesante que tienen los juegos de video y quizás es la razón por la que millones de personas siguen jugándolos.

Dudo que millones de personas sean negras y gays, tampoco es mi caso, pero Bellamy dice “en los juegos las reglas aplican para todos”, una idea completamente trasgresora. La trasgresión se debe precisamente al malestar que hay en el mundo, en la cultura que ha producido esta especie a la que pertenecemos… Vivimos en un mundo cargado de desigualdad, de inequidad, de injusticia, de sufrimiento.

Los juegos de video aparecieron, por lo menos en mi caso, como una experiencia en la que podía ser “yo mismo” (mentalmente hablando), lejos del mundo real en el que un tipo como Pablo Escobar ponía bombas en centros comerciales o donde le diera la gana, lejos de la recesión económica y el estrés familiar porque el banco se iba a quedar con la casa, lejos de los problemas de comunicación entre humanos donde alguien dice A y el otro entiende B.

Los jugadores de un juego de video, a diferencia de los ciudadanos, están en condiciones iguales en un mundo que tiene unas reglas claras. No hay trampas, aunque eso no quiere decir que no haya “trucos”. La vida humana es una sola y está llena de trampas, no hay “arriba, arriba, abajo, abajo, izquierda, derecha, izquierda, derecha, B, A, y luego pulsa Start” que sirva.

Notícula

Y sin embargo, esa única vida que tenemos, llena de trampas y de reglas que no están claras, vale la pena vivirla, porque es real. “High Score”, una recomendación más, porque sí, véala si puede y me cuenta cómo le parece. 

Imagen

Screenshot de «Bobby is going home» juego de Atari 2600. Aquí se llamó «Juanito va a la escuela» (nombre en círculos selectos).

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