Un memorial

Esta semana despedimos a mi tío abuelo, Jorge Mesa Correa, tenía 77 años. Mientras las rutinas insoportables de la vida contemporánea diluían nuestros días, el Covid-19 apagó la vida del menor de mis tíos abuelos. Le recordaré siempre con cariño, comparto aquí algunos momentos que, desde mi punto de vista, ayudan a construir la memoria de mi tío.

Primera imagen

En las reuniones familiares, mi primo José y yo planeábamos quién le pedía dinero a quién. Los tíos abuelos siempre aflojaban billetes grandes (rojos con la cara de Santander y azules con la de Bolívar despeinado por el viento). Con el dinero de la colecta alquilábamos videojuegos para jugar los fines de semana. El tío Jorge siempre apoyaba la alegría de sus sobrinos… eso sí, antes de aflojar la pasta hacía preguntas por datos históricos, filosóficos o geográficos, no invertía su dinero en sobrinos que no fueran capaces de responder al menos 10 capitales del mundo, quién era el presidente de Colombia, o que desconocieran quién mandaba a ambos lados de la cortina de hierro.

Segunda imagen

Veníamos de comer obleas y dar una vuelta por Floridablanca, mi papá conducía un Simca color verde que andaba a ratos con gasolina corriente, a ratos con empujones. Mamá encendió la televisión y en el Noticiero de las 7:00pm anunciaban el secuestro de mi tío Jorge. Nos sentamos al comedor mientras veíamos la cara del tío en la pantalla. Días más tarde volvería a la libertad, para alegría de todos.

Tercera imagen

En Vijagual, el tío Jorge tenía una finca por la que pasaba un río. Allí pasamos todos los domingos de un año durante mi niñez, nos bañábamos en el agua helada del río que llenaba una “piscina natural”. Había asados, mute o sancocho, se hacían melcochas y los adultos hablaban de todo un poco con el tío. El país, la política, la economía, la forma de construir allí una cancha de fútbol. 

Un día estaba en la piscina con mis primos cuando vino otro tío que acababa de llegar a avisar que en nuestra casa se habían metido los ladrones y se habían llevado todo (esto es antes de los celulares, por supuesto). El tío Jorge dijo algo como «Esperen a que esté la comida, cuál es el afán si ya les robaron todo». Tenía razón.

Cuarta imagen

Era una persona amorosa, el menor de sus hermanos. Siempre que podía, se acercaba a mi abuela (ella tiene 90 años) y la impulsaba, casi obligaba, a declamar alguna poesía. En los años recientes se conmovía con mayor facilidad y a veces unas lágrimas se asomaban a sus ojos azules cuando veía declamar a su hermana mayor. 

El tío Jorge siempre estaba sonriente y acelerado, su mente iba a toda velocidad, todo el tiempo pensando en una nueva empresa, una nueva posibilidad de hacer algo, una idea que parecía imposible, incluso sonar descabellada, pero que resultaba brillante.

Quinta imagen

De mi tío Jorge dicen muchas cosas, posiblemente algunas sean ciertas. Dicen que cuando estudiaba Estadística en la Universidad Nacional de Colombia le arrojó tomates al presidente de turno (el que sale en el billete verde de cien mil) a manera de protesta, que tuvo que ver con la construcción de la avenida La Rosita y la ampliación de la González Valencia, y que levantó el barrio Conucos en la ciudad de Bucaramanga. Que fue pionero de la televisión en Santander, que cofundó también empresas de transporte de pasajeros,  y que formó parte de la política de la región.

Yo le recuerdo siempre como un ser humano divertido, con una risa sonora y una melena frondosa y poco controlable. Era bueno dando abrazos y consejos, tampoco le temía a tomar un micrófono y hablar en público con sensatez.

Revelado

La muerte siempre será un suceso triste, doloroso, “injusto” si se quiere, aunque la biología desconoce el concepto de justicia, algo que sólo atañe al mundo que la humanidad se ha construido para sí. Quizás, lo bonito siempre será poder ver la vida como una serie de eventos maravillosos, una galería de imágenes a color y en blanco y negro.

Cuando pienso en la vida de mi tío Jorge, siento que se esforzó siempre por vivir al máximo todas las vidas posibles, que ocupó un lugar en el mundo e intentó llenar de buena energía a  quienes le conocimos. Ahora me quedan las imágenes del pasado compartido, esas las mantendré conmigo hasta que la muerte venga a visitarme. 

Adenda

Me queda la alegría de haber homenajeado al tío en mi primer libro de cuentos, al fin y al cabo, las palabras (estas y todas las demás también) perdurarán mucho tiempo después de los últimos suspiros de los humanos sobre la Tierra. 

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