Lo que se regala no se pide

Es una de las primeras cosas que se le enseñan a los niños, cultura popular nivel uno. Para esta entrega un pequeño re-cuento ficcionado porque Navidad es tiempo de regalar.

Esta es la historia de Carlos Sanabria, un Carlos como cualquier otro, seguramente su segundo nombre es Andrés y, para efectos de esta historia, su apellido podría ser Pérez, González o Rodríguez, que son apellidos más comunes que Sánchez o Martínez.

A Carlos nunca le gustaron los regalos por muchas razones:

1. Para su quinto cumpleaños llenaron la mesa del comedor con decenas de regalos empacados en papel-regalo (en esa época la ecología no era tan famosa como ahora) y a él solo le gustó un avión de plástico pintado de azul y rojo. Carlos jugó con él durante toda la fiesta y solo lo descuidó para ir al baño. Cuando regresó el avión no estaba, su prima María (cuyos padres habían pagado por el regalo en cuestión) se lo había robado. Aunque sus tíos prometieron devolverle el avión al domingo siguiente, Carlos no solo había perdido el interés en el juguete, también tenía el corazón roto pues había llegado a desarrollar sentimientos de tipo romántico por su prima María.

2. En la fatídica Navidad del año 95, a Carlos le dieron la mala noticia de que no recibiría patines en línea como todos sus primos y amigos del barrio. Poco sabía Carlos que el movimiento roller derby y los hipsters dominarían la escena después de 2012 ( año en que tampoco se dio el apocalipsis maya) y sus patines de cuatro ruedas en paralelo serían un objeto de culto. Así que durante las vacaciones del 95, que tuvieron lugar tres años antes que la serie Verano del 98, Carlos fue víctima del bullying (cuando todavía no se llamaba bullying, se trataba de unas “bromitas mágicas”) de sus amigos de la infancia por tener patines desactualizados y no los mainstream.

3. Después de nueve horas de viaje junto a un gordo pedorro en un bus que extrañamente olía a pollo asado, Carlos Pérez Rodríguez llegó a la casa de su novia en la capital del país para el día de su cumpleaños; uno de esos regalos sorpresa que aparecen en la mente de las personas cuando creen estar enamoradas: flores, chocolates, y algún artilugio costoso… Claramente, su novia estaba teniendo sexo con otro tipo para completar el cliché de este párrafo, y todos sabemos que a las ocho de la mañana no se trata de una primera y única vez que podamos llamar algo así como “accidental”.

4. Es el regalo de la experiencia. Después de prestar una buena cantidad de dinero con un interés más bajo que el de los bancos, su mejor amigo dejó a Carlos con los crespos hechos cuando este quiso cobrarle su dinero. (Para la gente más ilustrada, a Carlos “lo dejaron mamando”). Es el regalo de la experiencia, dijo el padre de Carlos cuando acudieron a él buscando consejos y quizás algo de consuelo.

5. Después de un largo noviazgo y palabras de amor cruzadas que terminaron en llanto y reclamos, Carlos quiso refugiarse en su playlist de Youtube (Carlos es un tipo bastante antiguo como sus patines en el punto No.2), una que le había regalado su prima María para su vigésimo quinto cumpleaños. La lista ya no estaba. Por segunda vez María se llevaba su regalo y reabría la vieja herida en el corazón de Carlos.

Ese día hubo algo diferente, quizás porque la música es algo tan importante, quizás porque el hecho en sí le pareció a Carlos una felonía digna de un villano de película comercial (no hay que perder de vista que Carlos no estaba en su mejor momento para ese entonces), pero ese día decidió tomar acción. A pedradas, porque no hay mejor terapia que arrojar piedras contra los cristales, vengó Carlos la segunda humillación por parte de la misma persona y toda una vida de desilusión con ese acto de dar y recibir regalos.

Por supuesto, era predecible también (pues este es casi un ejercicio de escritura automática), tan buena puntería tuvo Carlos que puso en cada cristal del apartamento una piedra, pero con tan mala suerte que se equivocó de apartamento y no rompió Carlos los vidrios de la casa de María sino los de su vecino. El vecino, un capitán de la policía pero específicamente del Esmad (hermoso cuerpo colegiado de “valientes inmorales”), se encargó de desaparecer a Carlos y de paso cobrar un bono en tiempos de protestas y así pasar dos días de vacaciones en las costas de Tolú… con la prima María, con quién más iba a ser, porque de qué otra forma habría “chiste” o moraleja en esta historia para quien no se haya enredado o aburrido y llegado hasta aquí. Este es el fin. 

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