La zona de la carretera

Sobre el asfalto, algunos elegidos entienden la belleza que implica manejar un automóvil. El chofer se vuelve uno con la máquina en una experiencia que involucra todos los sentidos.

Hay algo misterioso en la carretera y para explicarlo debemos acudir a las clases de Física del colegio, pero, como mi compañero Jaimes (el menor), inventaré mis propias fórmulas. Dibujemos el automóvil como un rectángulo a rayas de 60˚ que se desplaza sobre una autopista asfaltada con una velocidad  y una aceleración a. No hay que olvidar el coeficiente de fricción µ que es el que más varía porque nuestras carreteras son parches de distintos tipos de pavimento.

El chofer se ha vuelto uno con el auto y los otros pasajeros (si los hay) piensan que está ahí, con ellos, porque los escucha y responde, porque interrumpe la conversación para subir el volumen de la radio para decir «¡Me encanta esa canción!» o «Hace como 10 años no escuchaba este tema». Pero no hay que engañarse, es solo su avatar, programado para decir esas cosas: preguntar si alguien quiere parar e ir al baño, o largar la mano para tomar un osito de goma del paquete que compraron en una estación de gasolina. El avatar es bastante convincente, pero los choferes, desde que engranan la caja en primera, entran a La Zona de la Carretera.

El conductor de auto es de los pocos que aun sin haber pasado por la cátedra de Astrofísica, entiende partes de las teorías de Einstein a la perfección. Sabe que al viajar de un punto B a un punto C, su desplazamiento va más allá de un paseo, que se trata de un desplazamiento espacio-temporal con todas las consecuencias que ello implica. Cuando el auto se enruta, todo el resto del mundo, casi estático, continúa. Funciona con los autos y con los aviones , por supuesto, ¿o acaso alguien duda que un chofer de autobús y un piloto de avión son diferentes? De hecho tienen exactamente el mismo mapa genético, pero son seres de dos universos distintos, por eso se diferencian en el aspecto, las chicas y chicos que se pueden llevar a la cama, la paga, y la pureza de la cocaína…

Detrás del volante, en esa zona de la carretera, quien conduce tiene tiempo para dividirse entre la carretera y el análisis profundo de situaciones. ¡Eureka! O ve toda su vida pasar una y otra vez en el tiempo de una caseta de peaje a la otra, en tramos de 50km (25 minutos aproximadamente). Pero ese loop interminable abre la puerta a la desgracia, quién quisiera ver su vida una y otra vez: las imágenes del columpio, una bola de helado que se cayó del cono, un momento compartido con tu padre o una tarde feliz preguntando 700 porqués a tu madre casi adolescente. Y una traición, un secreto, el amor que pudo ser y no fue, el que fue y dejó de ser, el voto de confianza burlado, o una vida aburrida y vacía… para lanzar algunas ideas.

Hace unos años, se estrelló un bus en una ruta de 700km de una ciudad a otra. Los sobrevivientes dijeron que el chofer había enloquecido, se salió deliberadamente de la vía y estrelló el autobús contra un árbol. El impacto y las fuerzas de la física hicieron que el vehículo se volteara. El conductor también sobrevivió y dijo, «Sentí que me había poseído el demonio y me pedía que estrellara el bus». Los pasajeros confirmaron que eso mismo era lo que gritaba el chofer antes del impacto.

Pero es una sarta de mentiras. Cualquiera que haya sido uno solo con el auto y la carretera conoce el peligro, conoce el ataque del subjuntivo en tiempo pretérito pluscuanperfecto en cada curva. Pisa a fondo como si quisiera devolver el tiempo y enmendar sus errores o simplemente evitarse la pena que en ocasiones trae consigo vivir. El tacómetro sobrepasa su capacidad y los vidrios de las ventanas comienzan a temblar de forma violenta. ¿Si hubieras soltado el acelerador? ¿Si hubieras clavado el pie en el freno? Es demasiado tarde ya. El camino, al igual que el texto, ha desembocado en un punto final.

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