La fuerza de la costumbre

Un sombrero no es el sombrero en sí, es el producto del trabajo de alguien, tiempo, ingenio y talento que se requieren para obtener el resultado final, un sombrero al que el mercado luego pone un precio para jugar con él.

Pensaba en eso mientras veía volar mi sombrero por el desierto de La Guajira, arrastrado por una ráfaga de viento en las dunas de Taroa. Salió de escena en treinta segundos para perderse rodando como ruedan los sombreros en el desierto.


Nueve años atrás, acababa de graduarme de la Universidad y fui a conocer México en un viaje que incluyó ver a Roger Waters presentando The Wall completo en el DF y la visita a Monte Albán, un sitio que había conocido previamente en mi clase de Antropología con la profesora Liliana Cajiao en la UIS.


El sombrero en cuestión, lo compré allá, en Oaxaca, antes de visitar las pirámides, lo compré por 20 pesos y me emocionó que oliera a cacao. Viajé con el por Oaxaca, Querétaro, San Luis; luego el sombrero estuvo conmigo en Argentina, Ecuador y Uruguay… Volvió a México una vez más y estuvo en el Caribe en San Andrés y Cartagena. Con su cinta despegada, nos despedimos en las dunas a pesar del intento infructuoso de mi hermana por perseguirlo en contra del viento y el destino.


Aprender a dejar ir, estar dispuesto a cambiar. Agradecer y simplemente continuar, como con todo en la vida.


Funciona para los objetos, las personas, las instituciones, los contratos sociales… Si el trato de los políticos colombianos ya no sirve a la ciudadanía colombiana, debemos dejar ir el trato y con él a los políticos colombianos. Los dueños del país se pueden contar con una mano, los políticos que les cuidan la finca son decenas, los enfermos mentales que les sirven armados hasta los dientes son miles (pero no son tantos). Los colombianos honestos que se levantan temprano a trabajar somos millones.


Es una cuestión de aritmética: si hay dos Colombias, una que ama la guerra, el consumismo y las políticas de la muerte de unos pocos; la otra, la de los millones de viudas y huérfanos, de trabajadores y gente que ama la vida, debe dejar que a la primera se la lleve el viento, debe aprender a dejarla ir y que no vuelva nunca más.


Me gusta imaginar a mi antiguo sombrero ahora como parte del juego de unos niños wayuu o atorado en la cabeza de un burro que impulsado por su nuevo ‘look’ decida aspirar a un cargo en la política colombiana… como están las cosas le hace menos daño al país un burro con sombrero que el presidente actual, Iván Duque.


El paro debe seguir, porque Colombia está entendiendo que aunque la costumbre la haya hecho creer que no merece algo mejor que políticos corruptos e irrespetuosos, medios de comunicación que le sirven al poder y uno que otro ciudadano pendejo que sale a hablar mal de los estudiantes o los obreros o las minorías. Mejor es posible, si la ciudadanía entiende de aritmética, si se da cuenta que la fuerza de un ejército está en sus miles de soldados y no en los diez generales que se sientan a dar órdenes bien resguardados.

#DesmonteDelESMAD #DuqueResponda #ElParoSigue #ColombiaDespierta

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