La chica de los audífonos (Segunda parte)

«Siempre sentiste que no le caías bien en absoluto. Las pocas ocasiones en que se encontraron de frente, intentaste tu mejor cara y ella te miró con esos ojos que tienen las mujeres que odian a los hombres.»

Observabas cada uno de sus movimientos. Tres años y medio. Ya no te parecía pequeña para ti y, sin embargo, lo que te movía a observarla no era siquiera deseo sexual. Sabías, estabas seguro, que en un remoto escenario de lujuria entre los dos, saldrías corriendo de ahí como esa primera noche en que la encontraste fumando en tu banca. No. No se trataba de algo tan ordinario, tan poco educado, como una manoseada etílica en el ascensor de su torre, que tiene vista a la calle, o en el de la tuya que tiene vista al parque. Lo tuyo iba más allá. Se trataba de entenderla, de saber antes que ella quién era, de dónde venía y para dónde iba.

La viste sentarse en tres lugares distintos cuando fumaba. En el tiempo que llevas prestándole atención se cortó el pelo por lo menos cuarenta veces, pero solo cambió de estilo tres, dos acertadas y una fue un error terrible. Un flequillo que la hacía ver mal. Una mala decisión, creíste, producto de una ruptura sentimental o acaso una discusión familiar. En esa ocasión salió a fumar menos veces, mientras el tiempo le permitió peinarse como de costumbre. Se le veía falta de confianza. Pensaste en bajar y decirle que tú la seguirías observando sin importarte algo tan nimio como el peinado. Pensaste dos veces y decidiste no hacerlo, pero te sentiste bien contigo y, al instante, te sentiste bien estúpido por todo lo anterior.

Deberías decirle algo, te dijo Juana. Pero la idea no te gustó. No hay absolutamente nada que pueda decirle que me haga quedar bien y no como un psicópata, además, corro el riesgo de empezar a conocerla y que no me guste ni poquito lo que empiece a conocer, le respondiste. ¿Si tanto le gusta, por qué no le habla? Preguntó una vez tu tataraexnovia. Porque no me gusta, simplemente me causa curiosidad. Una tarde, la única vez que Sara fue a visitarte, se sentaron los dos con los codos apoyados en el lomo del sofá junto a la ventana, viendo a la vecina fumar. Sara y tú tomaban té caliente y ella te propuso lo mismo que propusieron todas las que supieron de tu vecina en esos tres años y medio. No, respondiste, no quiero dañar la magia. Y siguieron tomando té.

Siempre sentiste que no le caías bien en absoluto. Las pocas ocasiones en que se encontraron de frente, intentaste tu mejor cara y ella te miró con esos ojos que tienen las mujeres que odian a los hombres. Siempre fue así contigo, excepto un día. La vecina entró borracha al conjunto residencial dos veces, que te hayas dado cuenta: la primera iba sola; la segunda vez, además de ebria estaba trabada y se quedó en la plaza central, sentada en un murito, fumando y cantando con sus compañeros de la universidad o de la calle. Tú entrabas después de un día pesado y la viste sentada en medio del aquelarre. Solo ese día te pareció bonita y quizás por efectos del alcohol o la marihuana, te sonrió. Entraste asustado a tu apartamento a chequear de nuevo por la ventana y te fuiste a la cama a no soñar con ella. Antes de quedarte dormido pensaste en que si acaso se había fijado en ti esa noche, no lo recordaría jamás. La idea te trajo paz.

Y así llegas a este momento, una semana antes de que te mudes de ese apartamento en el que has pasado los últimos tres años y medio. Vuelves a verla. Llevabas tiempo fuera de la ciudad por las vacaciones de diciembre. La vecina está gorda, pero es la misma de siempre, la misma ropa ahora algo ajustada, sus ademanes, el peinado, la misma marca de cigarrillos. Coincides con ella en el mercadito de los miércoles, en el puesto grande, el de la gente alegre. Todos responden a tus buenos días, menos ella. Te mira rayado y se marcha. Parece que me odia, piensas. Para tu sorpresa, la vecina sigue a otro puesto y saluda con alegría a la señora amargada que vende hierbas y la señora de las hierbas la saluda de vuelta con una sonrisa, se abrazan deseándose un feliz año atrasado. Todo es claro para ti, no vas a observarla más.

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