Escala de grises

Ilustración: Khalay Chio (@chio.oi)

Lanzas la moneda: gira, vuela, cae sobre las líneas en la palma de la mano. Es cara o sello, pero siempre la misma moneda; es el destino, es siempre un caso de vida o muerte.

A finales del siglo XX, los avances tecnológicos permitieron la multiplicación de estudios exhaustivos sobre el funcionamiento del cerebro. Existe todo un movimiento de psicólogos, psiquiatras y neurocientíficos interesados en entender las emociones.

Por supuesto, creo en la ciencia y no pretendo ponerle mi verdad encima como si fuera un mantel. Pero también creo en el arte y, a veces, es más sencillo y satisfactorio explicar las cosas desde ahí.

Advertencia
Se requiere aquí un mensaje de “No intente esto en casa” o acaso de “Consulte con un especialista”, porque no pretendo ser su médico tratante (nunca estudié Medicina, en primer lugar) o su gurú espiritual de la buena onda en el albor de la era de acuario. Finalizada esta advertencia, proseguimos:

Detrás de los ojos, debajo del pelo

No me canso de poner el cerebro humano en un altar. Sus conexiones, la bioquímica de su funcionamiento, su distribución de tareas, su velocidad de procesamiento. Es una computadora diseñada con artesanía magistral y recursos ilimitados con un objetivo claro: acompañarnos durante el tránsito de la vida, enfrentarnos al mundo.

La vida es una lucha constante para la que requerimos dos cosas, entre tantas otras: tomar decisiones (la razón) y lidiar con sus consecuencias (las emociones). En la primera interviene la corteza prefrontal del cerebro, que entre otras cosas es el refugio de la imaginación y el pensamiento creativo; en la segunda la amígdala, centro de operaciones de las emociones y la memoria. No es broma cuando digo que la esencia del universo se encuentra contenida en esa masa de kilo y medio de peso.

El cerebro y sus neurotransmisores son el hardware; los procesos cognitivos, eso que llamamos “la mente”, son el software. Pero todo el conjunto se divide en dos partes, una que lucha por mantenerte a flote, mantenerte con vida basándose en pensamientos racionales; y una segunda parte que básicamente quiere matarte, llena de pensamientos irracionales. La vida humana consiste entonces en saber encontrar un balance entre esas dos partes.

¿Cómo funciona en la práctica?

Ante una situación cotidiana, toparse con un gato en la calle, el pensamiento pasa por ambas partes mencionadas para tratar de entender el fenómeno. La razón nos muestra un animal pequeño, de buen pelaje y bonitos ojos, desconfiado, tierno, acariciable, bien podríamos llevarlo a casa y dejar que se apropie de nuestra cama y sofá, de nuestra vida en general; la otra parte de la mente ve a un enviado de Satanás, toxoplasmosis, alergias, rasguños, mordidas, muebles dañados, pelos por todas partes y el horrible olor de las heces felinas. Decidimos en un punto medio en el que apreciamos al “michi”, le acariciamos de ser posible y le dejamos ir.

Pero esa decisión fue relativamente fácil… De todas formas nunca llegamos a saber las posturas políticas del gato, tampoco su posición sobre temas controversiales (bien pudo haber sido un gato machista, racista o xenófobo). Evitar a ese gato neonazi supone una pérdida llevadera.

Ahora bien, eventualmente llegaremos al punto de una pérdida real, desde el trabajo, el capital, las amistades o las parejas (en términos de rupturas) y, desgraciadamente, la muerte. Todas las pérdidas traen consigo dolor.

Las dos caras de la moneda

El pensamiento racional intentará mantenernos a flote: “No te convenía”, “Esquivaste una bala, esa persona estaba loca, no jajaja es una loquilla, no, loca de veras”, “De todas formas no eran tan amigos”, “Todo, sin excepciones, muere un día”.

No obstante, la parte irracional sigue ahí y se activa al mismo tiempo, quizás se trata de un pequeño defecto de fábrica que podría actualizarse en el siguiente salto evolutivo que posiblemente no lleguemos a ver por el cambio climático. De todas formas el pensamiento irracional habla así: “Dejaste ir tu única oportunidad de ser feliz”, “Eres el peor ser humano que ha caminado sobre el planeta”, “Si hubieras hecho esto, si hubieras dicho aquello, imbécil”.

Si hubieras… En cualquier situación, el modo subjuntivo es la forma más sencilla de ponerse a llorar.

Y así de fácil se pasa del dolor, algo natural e inevitable, al sufrimiento. El dolor es una situación compleja y dura de llevar, el sufrimiento es innecesario, nocivo, es cuando esa parte del pensamiento intenta matarnos y puede conseguirlo si no se le frena a tiempo. El sufrimiento nos empuja a las peores decisiones, que van desde adoptar al gato neonazi y llegan a soluciones finales como el suicidio.

Pero todo comenzó en el mismo lugar, en el recinto de las emociones, la alegría, la tristeza, el dolor y el sufrimiento, nuestra propia mente… Ahí mismo debería terminar. Inicio, nudo y desenlace, todo en el mismo lugar. Parece un postulado que se balancea entre lo tautológico y lo estúpido. Me lavo las manos: advertí primero que no era ni médico ni neurocientífico, tampoco gurú de la buena onda en la era de acuario.

«Contemplad a los seres humanos: llenos de vida y de muerte, flotando en el tiempo; ese es su premio y castigo, de eso trata su existencia.»

(Forasteros 2, 11-14)

Viene de Los fantasmas y también continuará…

Ilustración animada: © Khalay Chio (@chio.oi)

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